Llegué a casa cansado y malhumorado. Arrojé mi bolso sobre el sillón del living, me descalcé, y antes de apoltronarme frente a la tele a estupidizarme un rato, le hice una visita al refrigerador. Cerveza en mano, queso untable y cerealitas se dispusieron a acompañarme, por lo menos hasta recién comenzada la película que me salvó del tedioso "Choluleando por un sueño", y el posterior (y no menos cholulo) "Don Mario y sus CeQuaCes".
Allí estaba, cómodamente instalado, quizá lo suficiente como para dar dos o tres cabezazos de sueño y haberle perdido el hilo a la película, cuando me sobresalté con el sonido alcahuete del timbre de calle. Miré la hora: las 11 y media. Quién será?, pensé. El parlante del portero eléctrico me devolvió la voz inesperada y temblorosa de una mujer.
-Soy Lucía, George. Por favor, abrime.
Bajé raudamente. Algo me decía que la urgencia de Lucía tenía un significado más que importante. Llegué en un segundo. Al abrirle, presentí todo...
-Me golpeó...el... Continuar leyendo