Me gusta respirar la lluvia. Salir a caminar y dejarme atrapar bajo su manto. Es como si mi propia idea de libertad viniera de la mano de ella. Y si me dan a elegir un mes, me quedo dudando entre abril y octubre...justamente dos meses lluviosos.
Abril porque, en Buenos Aires, es el otoño. Ver las hojas de los árboles cayendo sobre las veredas, particularmente, no sólo me brinda una sensación óptica fascinante, sino que también, me despierta a renovarme. A desnudarme de lo viejo y preparar el terreno para lo que vendrá. Lejos ya del agobio del verano porteño que me fastidia y, literalmente hablando, me hace transpirar más de la cuenta.
Octubre, en cambio, porque todo florece. Es entonces cuando me percato de mi condición de ser un poco vegetal, un poco árbol. Y necesito apostar por los brotes nuevos, ver cómo crecen... En definitiva, completar el ciclo. El orden? Y sí...algo alterado está... Aunque así, al menos en mí, funciona mejor.
Pero, volviendo a la lluvia, no puedo dejar de considerarla como un instrumento de limpieza, de sanación. Independientemente de lo que dure el proceso y de los avatares que acarree.
-Chau...no aguanto más!!! Me las tomo...
-Sí, mejor... Agarrá tus cosas y...que te garúe finito...
Esa frase de despedida todavía retumbaba en su cabeza. Con una interpretación más simplista, no tan metafórica. Los meses pasaban y siempre lo mismo... Esa nube, siempre la misma nube, lo perseguía incansablemente. Lo raro del caso es que, estando entre las cuatro paredes de su dos ambientes alquilado, o bajo la protección de algún toldo, la lluvia cesaba... Bastaba salir de vuelta a la intemperie, para que la nube se volviera a posicionar sobre su cabeza. Y a descargar sobre mi amigo, a veces debilmente, a veces con vehemencia inusitada, todo su contenido. Claro...en ese tiempo, él desconocía la cualidad curativa de la lluvia. Y todo se resumía a un básico otra vez esta lluvia de mierda y la reputísima madre que la parió... Pero lo paradójico del caso era que, sabedor de los inconvenientes que la lluvia le traía, se negaba sistemáticamente a usar paraguas, como el resto de los mortales... Intuiría algo?
-Pero qué bobo! Por qué no te comprás un paraguas y te dejás de joder?
-No, dejá...siempre los pierdo... Además ya me estoy acostumbrando...sabés? Cuando no salgo a la calle, la extraño... Dame un mate...
-Cómo anda el laburo?
-Como el orto... Cada vez vendo menos. Y me cuesta uno y la mitad del otro, cobrarles...
-Te quedás hoy?
-No te enojes...prefiero volver a casa...
Fueron, al final, dos intentos de pareja. Dos relaciones que arrancaron con toda la fuerza, para terminar diluyéndose en la lista de lo inconcluso. Afuera, la lluvia seguía buscándolo y no le daba tregua. Adentro, un sentimiento de desazón comenzaba a inundar su presente. Suerte perra...como meado por diecisiete elefantes incontinentes... Qué mierda hice yo para merecer esto? Y si consulto a una bruja? A una de estas minas que te liberan de los "trabajitos"?
-Pase... En qué lo puedo ayudar?
-Mire. Desde que me separé me sale todo mal. Me habrán hecho algo? Algún laburito...digo. Encima, la nube...
-Si gusta se la devolvemos... Me trajo una foto de la fulana?
-De la nube? No acostumbro...
-No, bombón... De su ex.
-No, deje...no es mi estilo. Tíreme las cartas, le pago y a otra cosa mariposa... A propósito...cuánto me va a costar esta consulta?
-Ochenta pesitos... Por?
-Le doy cien y me la dibuja un poco más linda, sí? No se lo tome demasiado a pecho, pero...me gustó lo de bombón... Sabe cuánto hace que no me mienten tan dulcemente..?
Pasado el tiempo, algunas cosas mejoraron para mi amigo. No todas, obvio... La felicidad completa completa, tiene otro precio. Pero, lentamente, las fichas se fueron acomodando. Lo loco del caso es que, con la nube, terminaron como dos buenos compinches. Respetándose los tiempos, sobre todo...
Hace tres meses lo volví a ver, caminando por Belgrano. Llovía demasiado para mi gusto, y me metí en una confitería a esperar, café mediante, que la tormenta pasara. Grande fue mi sorpresa cuando divisé su rostro bronceado (en septiembre) y su andar portentoso. Lucía un impermeable de los caros y una pilcha que ni les cuento... De esas que se eligen con paladar negro, y se pagan con billetera gorda... Y me llamó la atención que estuviera usando paraguas. Me asomé a la vereda y grité su nombre...
-Amigo!!! Eu, acá!!! Hola!!! Qué gustazo, che!!! Te veo bárbaro!!! Echamos buenas, no?
-La verdad, no puedo quejarme... Y vos?
-Yo sí podría quejarme, ja ja... Aunque no vale la pena, no? Pero decime, che...qué raro verte con paraguas... Desde cuándo los usás?
-Ahora elijo yo cuándo y dónde mojarme... Guardarías un secreto?
-Por supuesto! Dale, contame...
-Te acordás de la nube que me seguía siempre? Poco a poco, comencé a estudiarla... Y a entender su comportamiento. También el de sus hermanas. Cuando quise acordarme sabía más de ellas que los mismos meteorólogos. Me ofrecieron un cargo de asesor en el S.M.N. Estuve tres meses, apenas. Y de allí, directo a un organismo internacional secreto, con sede en Houston... Lo bueno de todo es que los convencí que me dejaran trabajar desde Buenos Aires. Imaginate... Qué hago si no puedo ir a la cancha a ver a mi Excursionistas querido? No...me moriría...
Creo que para entonces poco importaba la veracidad de su historia. Se lo veía bien. Y lucía como rey. Al fín y al cabo, qué importancia merecen los detalles? Si mi amigo y yo, además de haber pasado por situaciones similares, poseemos más de un par de puntos en común, inexorablemente fundamentales para salvaguardar una amistad de nimiedades circunstanciales: el fútbol del Ascenso, el mate, el otoño y, por sobre todo, dos cosas inigualables en la vida: los besos profundísimos de las escorpianas y la mágica experiencia sanadora de la lluvia.
Georgie