Cuando el Nano golpeó la galera con su varita mágica y apareció este tema, creo que ni él mismo sospechó hasta dónde iba a conmovernos. Disparó al centro mismo de nuestras entrañas, y me parece que ni el más duro de los duros puede decir que salió indemne. En él amanece la nostalgia. Magnificada. Elevada a la enésima expresión.
Uno se cree que los mató
el tiempo y la ausencia,
pero su tren vendió boleto
de ida y vuelta.
Son aquellas pequeñas cosas
que nos dejó un tiempo de rosas
en un rincón, en un papel
o en un cajón.
Como un ladrón te acechan
detrás de la puerta;
te tienen tan a su merced
como hojas muertas
que el viento arrastra allá o aquí
que te sonríen tristes y
nos hacen que lloremos
cuando nadie nos ve.
Joan Manuel Serrat

Con su interminable bagaje de disfraces, esas “pequeñas cosas” que cobran vida, nos transportan a otro tiempo, a otro estado emocional, y al plano en donde los objetos se confunden con lo etéreo. Y no sabemos si el hoy es hoy y el ayer realmente se marchó. Y no nos imaginamos seres racionales, porque toda nuestra estructura se vuelca a lo sensible. Y porque la realidad se dibuja diferente a lo existencial, trastocando los principios universales de la física y, encima, riéndose de ella.

Aquellas pequeñas cosas nos desacomodan y lo saben. Y les enviamos nuestro guiño cómplice, por haber acusado recibo de su presencia. Y porque lo que creíamos enterrado, ya no lo está tanto. Inequívoca señal de que nuestra capacidad de sentir está más fuerte que nunca.
Georgie