Me levanté temprano esa mañana. Apenas despuntó el alba me desperté sobresaltado y noté que mi corazón estaba más agitado que de costumbre. Sin hacer ruido, caminé hacia el baño y me apresté a tomar una ducha que me calmara. No lo logré. Me vestí sigilosamente y salí hacia la oficina.
En el transcurso del viaje intenté distraerme escuchando mi programa de siempre. En la radio se sucedían noticias, comentarios, reportajes. Ya estacionando mi auto, me percaté que el día estaba muy cargado, anunciando la lluvia que no demoraría mucho más. Subí a mi oficina, encendí la pc y chequeé mis casillas. Allí estaba ella. Habíamos intercambiado mensajes el día anterior, pactando el lugar y hora del encuentro. No leí los mails restantes. Mi trabajo me reclamaba y yo, sin ganas, traté de acomodar la agenda. Pospuse todo para el día siguiente, pensando en que iba a estar más despejado, y porque la ansiedad me dominaba demasiado. Un trámite engorroso en el microcentro iba a ser la excusa perfecta, la que me permitiría escabullirme de la oficina sin despertar sospechas, y me iba a dar suficientes minutos para disfrutar del encuentro.

La ví bajar del taxi muy prolijamente vestida. Más esbelta, con su cabello castaño suelto, resguardada por su paraguas color té con leche que combinaba adorablemente con su gabardina arena y sus ojazos marrones verdosos. Se acercó al auto, lentamente, y pude darme cuenta de que su andar me derretía. Subió, nos besamos con esos besos furtivos de los amantes, y sin decir palabra, volamos a un hotel de Belgrano.
No puedo describirles cuánta pasión derrochamos en esas sábanas. Sí puedo decirles que en esa hora y media mi corazón voló. Cada centímetro de mi cuerpo se impregnó de su fragancia. Y cada minuto transcurrido se convirtió en siglos. Nunca tuve una amante que se le pareciera y, estoy totalmente convencido de que jamás la igualarán. Convencido de cuerpo y alma.

Cuando nos despedimos me invadió un dejo de tristeza. Debía regresar a la oficina y no tenía ganas. Quería eternizar ese beso, el último, el que me separaría de ella hasta el próximo encuentro. Le sujeté la mano para no dejarla ir. Ella, sonriendo y muy segura de lo que provocaba en mí, se me escabulló. Caminó cuatro o cinco pasos, giró sobre sí misma, y en el movimiento más sensual, del cual fui espectador privilegiado, me arrojó un beso de yapa, al aire, un beso que capturé con los ojos, pero que se me prendió hasta en el alma. Y allí nos traicioné. No fui capaz de cumplir con lo que nos habíamos prometido. Dejé salir de mi boca palabras que nos revelarían. Solté el tan temido:
-Te veo a la noche.
Y aquí termina esta historia. La mía y la de mi mujer, que en un mediodía lluvioso de Buenos Aires nos engañamos con nosotros mismos.
Que se repita.
Georgie
(Arriba-Adriana Artista-Collage de una mujer)
(Abajo-de cinti vive!-Mujer sobre fondo azul)
