Utopía: que en paz descanses

Vivimos en un mundo sorprendente. Día a día nos maravillamos de los avances tecnológicos y científicos, que vienen a simplificarnos la existencia (a mí me la complican, pero esa es otra historia). Cada mañana nos levantamos y leemos en el periódico que prestigiosos científicos de Tecnomalía acaban de descubrir una vacuna que, aplicada diariamente a cada PC, atenúa paulatinamente la incursión de pop ups a nuestro sistema cibernético, además de bajarle la temperatura al chip de nuestros celulares y liberar a la oreja, de esa desagradable excreción sudorípara. Inventos más, inventos menos, nuestra vida terrenal está signada a gozar de todos estos avances tecnológicos que, si bien nos resuelven algunas circunstancias, poco agrega al confort íntimo de nuestras almas.

Y es en este terreno donde quiero detenerme: Realmente hacemos cosas que nos “liberen”, o estamos condenados a adaptar a nuestros seres al mundo corporativo y globalizado que los mercaderes del nuevo milenio pretenden imponernos? Y no es que pretenda desechar las bondades que este presente tiene para regalarnos. Es que con esto solo no me alcanza. Extraño sobremanera el espíritu idealista del que alguna vez nuestra raza supo impregnarse. Y si bien en todas las épocas los “humanos” logramos sacar de adentro la bestia que supimos conseguir, hubo espacios de tiempo en que nos caracterizamos por lo contrario y, por convicción o por descuido, nos anotamos unos porotos en pos del bien de nuestra especie, y la del vecino también.

Me preocupa muchísimo que en los estratos más jóvenes ya no haya un interés social. Se ha vuelto todo extremadamente individualista, y se ha perdido la bandera por la que las generaciones de fines de los '60 y la del '70 dejaban la vida: la Utopía. Hoy los estudiantes del Mayo francés se horrorizarían viendo a sus pares pendientes de sus celulares y note-books. Y hasta el marihuanero que pregonaba amor y paz no se llevaría con el consumidor de éxtasis y alcohol. Los unos abogaban por una sociedad sin opresión, con libertades y oportunidades para todos. Los otros, simplemente están tapando falencias y carencias. Tan preocupados por ser esbeltos y hermosos, por entrar en el sistema del “compre y sea feliz”, que se dejan tentar por todo lo superfluo y efímero. Tan sumergidos en sus propios ombligos que no ven más allá de sí mismos.

Qué hemos hecho de nuestros jóvenes? Tan burdo fue el ejemplo que dimos que se separaron tanto de los senderos convencionales? A qué rincón oscuro desterramos el valor de la palabra, los buenos modales, el respeto y la tolerancia? Somos conscientes de que el mundo que les dejamos es peor del que recibimos?

Por lo pronto nos dedicamos a sobrevivir. A ir a trabajar pensando más en las próximas adquisiciones que en el construir del minuto a minuto. Y hasta hacemos de la sonrisa un instrumento de persuasión comercial(1). Mientras tanto y desde sus escritorios opulentos, los mercaderes de la globalización se regodean, viendo cómo y de qué manera, dejamos escapar los sueños de un mundo mejor por la ventana, cual globos de helio que se pierden entre los limbos, sólo para sentarnos frente a “la caja boba” y terminar de la misma manera: estupidizados.  O salimos de shopping para hacerles “el caldo gordo”, y llenarnos de espejitos de colores que,  ingenuamente, adquirimos con el sudor de las frentes, sólo para atenuar nuestras insatisfacciones y nuestras infelicidades.

Cómo te extraño, Utopía…

Georgie

(1)Ver art. “Agua mineral? No, sonrisas”,El Perro, http://patote.fullblog.com.ar/ (23-10-07)