Llegué a casa cansado y malhumorado. Arrojé mi bolso sobre el sillón del living, me descalcé, y antes de apoltronarme frente a la tele a estupidizarme un rato, le hice una visita al refrigerador. Cerveza en mano, queso untable y cerealitas se dispusieron a acompañarme, por lo menos hasta recién comenzada la película que me salvó del tedioso "Choluleando por un sueño", y el posterior (y no menos cholulo) "Don Mario y sus CeQuaCes".
Allí estaba, cómodamente instalado, quizá lo suficiente como para dar dos o tres cabezazos de sueño y haberle perdido el hilo a la película, cuando me sobresalté con el sonido alcahuete del timbre de calle. Miré la hora: las 11 y media. Quién será?, pensé. El parlante del portero eléctrico me devolvió la voz inesperada y temblorosa de una mujer.
-Soy Lucía, George. Por favor, abrime.
Bajé raudamente. Algo me decía que la urgencia de Lucía tenía un significado más que importante. Llegué en un segundo. Al abrirle, presentí todo...
-Me golpeó...el muy hijo de puta me golpeó otra vez..!
Nos abrazamos fuerte. Ella, sin poder contener el llanto. Yo, tratando de disimular la hermosa sensación que me provocaba el acariciar su pelo. Permanecimos así un largo rato. Ya calmada, la invité a subir.
Nos conocimos en la facultad, veinte años antes. Cursamos juntos dos años. El primero de ellos, a tiempo completo. Ya en el segundo, mi incompatibilidad con algunas materias nos había distanciado un poco, no mucho, lo suficiente como para no advertir que el inconsistente de Pablo se estaba acercando demasiado a ella. Perfeccionista y maquiavélico, supo ordenar los tantos y alejarla lo necesario. Cuatro años después me anoticio de su casamiento, al que asisto, ya desesperanzado...
Corrí el bolso y le ofrecí café. Se sentó y rompió en llanto nuevamente.
-Lo descubrí, George. Hace tres meses que sale con una pendeja de la oficina. Al principio, me negó todo, pero la semana pasada confesó. Le dije que agarrara sus cosas y se fuera. Se puso furioso, no quiere irse...El viernes me dió un cachetazo. Me dijo que antes de largar todo me mata y se mata. Es un hijo de puta..!
-Azúcar?
-Media cucharadita...me estoy cuidando...
-Para qué? Si estás mejor que nunca...
Siempre fue hermosa. Incluso cuando estaba embarazada de Solcito poseía una belleza muy particular. Es como si le brotara de adentro. Y la pancita le daba un aire maternal que me mataba. No voy a negar que muchas veces fantaseé con una familia así. Es difícil relatarles de mi cara cuando me senté frente a la feliz pareja. Lucía tomó la posta y me dijo que me habían elegido padrino del bebé. Nuestros ojitos brillaron. Mientras tanto, Pablo tragaba saliva y miraba para otro lado...
-Qué vas a hacer?
-No sé...si por lo menos se hubiera arrepentido...El muy soberbio, encima, se hace el ofendido...Hoy volví a la carga. Lo insulté...te juro que nunca le hablé así en mi vida...Otro cachetazo y...me dijo que nunca se va a ir...que no va a dejar que le cague la vida...
Le alcancé un paquetito de pañuelitos de papel. Estaba un poquito más calmada.
-Solcito vió o escuchó algo?
-No. Está durmiendo en la casa de mamá. Pero creo que algo presiente. Vos sabés cómo adora al padre...
-Ya lo creo...es re-pegada. Y él potenció ese vínculo. Es como si la quisiera tener de aliada...
-Tal cual. Pero yo respeto la complicidad que se tienen. Siempre fueron compinches. Yo los potencié. No sé si no hice mal...
-No, al contrario. Si yo estuviera en el lugar de Pablo, las querría tener conmigo siempre. A las dos...
-Ya lo sé, George. Sé cuanto nos querés.
No. Lucía no sabía. Como padrino de Sol, y siendo un tío solterón, como ella me dice, le hago notar mi cariño. La he llevado a la plaza infinidad de veces, a tomar un helado, al cine y al teatro. Y si no la invité más es porque no le quiero ver la cara de culo al padre. Sé que no me traga, y, en el fondo me parece que siempre sospechó de mi amor por Lu.
-Lu, contá conmigo para lo que quieras...
Me moría por abrazarla de nuevo. La acompañé hasta abajo. Antes de subir a su auto me dió un beso en la mejilla. Cuánto me costó disimular el deseo de confesarle todos mis sentimientos con un beso apasionado! No, no era el momento.
-Gracias. Hoy me voy a quedar en lo de mamá. Ojalá Solchi no se despierte. Mañana voy a hablar con ella. Todavía no sé qué y cómo contarle...
-Mandale un beso.
Otro para vos. Subí al departamento. Mientras acomodaba mi bolso y sacaba la ropa sucia me percaté que el perfume de Lucía había quedado en el ambiente. Pensé en lo hermoso que sería tenerlo esparcido por toda mi piel. Tenía que lavar las tacitas, pero preferí dejarlas para el otro día. Me desvestí y acosté. Tardé bastante en conciliar el sueño. Dí vueltas y vueltas, y creo que me dormí pensando en todo lo que había pasado. Tenía una sensación muy ambigua: por un lado, me dolió verla triste; nunca imaginé que el idiota de Pablo era capaz de jugarle tan sucio. Por otra parte, tenía la certeza de que se abría una puerta que me permitía seguir soñando con recuperar lo que siempre deseé y consideré perdido. No puedo dejar de reconocer que me sentí, en cierta forma, miserable: su dolor era la antesala de mi esperanza. Como castigo, esa noche volví a soñar con ella.
Para lo que quieras, Lu.
Georgie