Entré a la peluquería, me anuncié a la recepcionista, elegí una revista de decoración (estaba entre esa y otra, de modas) y me tiré a leerla en esos cómodos sillones que toda buena peluquería unisex que se precie de serlo, posee. Me lleva cinco minutos el acostumbrarme a las fragancias, a las chicas que asisten a los peluqueros, y a los peinados que estos mismos peluqueros llevan en sus cabezas, y hacen a las cabezas de sus despreocupadas clientas. Transcurrido dicho lapso, ya entro en confianza y me siento como en casa...a pesar de que mi departamento dista mucho del glamour de las revistas y de los personajes presentes.
Grande fue mi asombro cuando la ví entrar. Ella no me reconoció. Se sentó en otro sillón, al lado del mío. La sorprendí.
-Elena...cómo estás?
Elena es la hermana menor de Lucía. Casi tan bonita como Lu, muy bien casada, y con dos criaturitas tan adorables como inquietas.
-Tus diablillos?
- En el cole. Me tomé un respiro...Cómo andás, George?
-En un recreo, también. El verano se nos vino encima...y yo con estos pelos...
-Ja ja. No sabía que te cortabas acá... Sabés lo de Lu?
-Sí. Hablé anoche por teléfono con ella. Me contó. Quedamos en vernos esta noche...
-Portate bien... Sonrió y me guiñó un ojo. Elena y Lucía son tan hermanas como amigas. Y mi compinche. Todavía recuerdo la noche del cumpleaños de Lu, hace tres años ya. Yo me estaba yendo, y al saludarla, me preguntó:
-Qué te pasa? Te ví cómo la mirabas...
En mi sincero pero inesperado silencio, encontró la respuesta.
-Cuidado, George, atrás hay una familia...
-Ya lo sé... No te preocupes. Lo puedo manejar...
Por lo menos, así lo pensé aquella noche. Media vida dedicada a soñarla, al menos lo terminaba de ratificar. El incumplimiento de uno de los mandamientos más violados no me hacía sentir ni más ni menos arrepentido. Y si bien los embajadores de Dios en el mundo terrenal se empeñaban en acomodarme del lado de los pecadores, yo tenía más que claro que, tanto mi comportamiento como mi pesar, ya me habían redimido lo suficiente como para ganarme un lugar en el Cielo. Las palabras de Elena sólo podían confirmar lo que hasta ese momento había sido la actitud adoptada ante el panorama que se presentaba. La de un amor en silencio, por prudencia y por respeto a todos los protagonistas de la historia. Incluyendo a Sol, y hasta por qué no, al indeseable y más que afortunado, Pablo.
El peluquero me llamó e interrumpí la charla que veníamos llevando con Elena, no sin antes deslizar un:
-Sabés que nunca podría portarme mal con ella.
-Ya lo sé, tonto... Suerte..!
La necesitaba. Un corte de pelo, pensé, podía darme un aire nuevo.
El haber amado y callado durante tanto tiempo había dejado una huella marcada en mi pecho. Un dolor feo me aquejaba de tanto en tanto, y en un improvisado auto-diagnóstico ensayé la siguiente explicación: la angustia me había ganado y ocupado una buena parte de mi capacidad respiratoria. Mis pulmones no recibían el suficiente aire y, por lo tanto, ello provocaba agitación y una desagradable sensación de taquicardia. Y si bien algunos médicos a los que consulté adjudicaron mi fatiga al exceso de tabaco, desconocían mi adicción a los amores imposibles.
Esa noche debía encontrarme con Lucía. Quería lucir prolijo, gustarle. Por ello, la razón de mi corte de pelo. Aire nuevo. Aire. Para percibir su perfume. Para impregnarme de su esencia. Para tomar coraje y empezar a contarle de mi amor eterno. De ese amor suspendido en tiempo y espacio, que buscaba un resquicio para colarse.
Sin saberlo yo, y sin imaginarme, siquiera, Elena se me había adelantado.
Por fín los astros comenzaban a alinearse...
Georgie